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jueves, 17 de marzo de 2011

RELATO DE FIN DE AÑO

Lo que voy a contar te podrá parecer mentira. Puede que se mezclen deseo y realidad en el lecho del olvido y las sábanas de la fantasía, pero ocurrió de veras y me siento muy dichoso por haberlo vivido. No fue un sueño, aunque lo pareció. Y lo escribo para recordarlo por siempre.
Era la de fin de año. Después de la cena familiar, las uvas y los brindis, nos fuimos a casa a dormir, sin ningún plan para esa noche. Pero sí teníamos plan y del bueno. Llegamos a casa, nos cambiamos y perfumamos, para marchamos directos a una fiesta muy especial en un Club nocturno del que no diré el nombre para preservar la intimidad de los protagonistas de esta historia.
Llegamos al Club y el gerente nos recibió con agrado, invitándonos a pasar. Una vez dentro, todos los asistentes estaban celebrando el año nuevo, dándose besos y abrazos. Nosotros no conocíamos a casi nadie, pero eso no nos importaba. Pedimos unas copas y nos dimos una vuelta por el local. La gente estaba muy animada en la zona de baile, pero había mucho trasiego por los pasillos, con unos y otros que iban y venían entre risas y alboroto. En un rincón apartado sorprendimos a dos parejas que se estaban besando muy arrimados unos con otros. Nos fuimos sin molestar y no tardaron en entrar en una habitación.
Seguimos andando por el pasillo y nos metimos en una sala oscura, con una luz que resaltaba el blanco y hacía difícil reconocer a la gente. Unos y otros pasaban por allí también, pero pocos se quedaban. Nada más entrar, a la derecha, se escuchaban gemidos de mujer. Nos asomamos con discreción y pudimos ver que estaba tumbada en una cama. Dos hombres la acariciaban y ella se desvanecía de placer. Retrocedimos sobre nuestros pasos y fuimos a parar a unos sillones que se encontraban en la entrada de la sala, que estaban cubiertos con una mampara. El ambiente se estaba calentado en esa fría noche de fin de año. Nos acomodamos en los sillones y comenzamos a besarnos.
Mi mujer se sentó a mi izquierda. Estaba radiante. Le brillaban los ojos y su sonrisa era de los más picarona. La besé muy despacio. Puse mi mano en su pierna y avancé hacia sus muslos y su sexo, por debajo de su corto vestido negro, mientras mis labios buscaban su cuello. Ella me quitó las gafas y la corbata, señal de que buscaba algo más que un beso. En ello estábamos cuando vi que una pareja se sentó junto a nosotros.
Ella era rubia y él moreno. Ella nos miraba sin poder vernos, por la poca luz. Se acercó más a nosotros y colocó su mano muy cerca de la espalda de mi mujer, extendiéndola en petición de permiso para participar. Muy despacio y en silencio, me atreví a tocarla. Pasé mi mano por su brazo, que seguía sin moverse, lo acaricié muy suavemente y ella puso su mano en la espalda de mi mujer. Me están acariciando, dijo mi esposa sorprendida y sin moverse.
El hombre que iba con nuestra amante se puso de pie. Ella se incorporó para sentarse en el brazo del sillón, muy cerca de mí. Mi mujer se dio la vuelta y se puso a mi lado derecho para ver lo estaba ocurriendo. Yo permanecía inmóvil, sin querer ni respirar por si despertaba del sueño. Aquella mujer acariciaba el pene de su hombre a la altura de su cara, mientras nos miraba y comenzó a masturbarlo despacio y a chuparlo. La mía no se quedó quieta. Me desabrochó el pantalón y me lo sacó totalmente erecto. Lo agarró con fuerza y se lo metió en la boca.
Sin perder de vista lo que me estaba haciendo mi esposa, la mujer me cogió la mano y la puso en su culo. Al contacto me llevé una grata sorpresa, porque se había desnudado de cintura para abajo y estaba tocando sus bragas. Pasé mi mano con delicadeza por todo su contorno, tocando sus muslos y piernas. Ella acarició el pelo y el cuello de mi mujer, que seguía dándome placer con su boca. Cogió la mano de aquella mujer y la llevó hasta mi pene. Levantó la cabeza y vio cómo otra me lo tenía bien cogido. Se miraron la una a la otra y, sin decir una palabra, el hombre que estaba con nuestra amante se fue en busca de mi mujer, con su erecto para que se sirviera ella misma.
Se volvieron a mirar las dos y mi mujer agarró el pene del otro llevándoselo a la boca, mientras aquella mujer se agachó y puso sus labios en el mío. No dejaba de acariciarla y mojarla. Yo alargaba la mano para tocar los pechos de mi mujer. Sus pezones estaban muy duros y podía atraparlos con mis dedos, porque no llevaba sujetador. Aquella mujer se incorporó y me besó con su boca empapada en mi flujo, masturbándome con un ritmo muy placentero. Me besaba una y otra vez. Suspiraba. Me corría de gusto y agarré su mano para detenerla. Pude ver su sonrisa y quise devolverle sus caricias tocando su sexo húmedo. Ella comenzó a dar pequeños gemidos, que se mezclaron con los que a mi mujer se le escapaban, provocados por las caricias de aquel hombre. Sigue, sigue, qué bueno...

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